Con o Sin-fin de Isabel Ávalos es la fotografía ganadora del tercer lugar en nuestro concurso de foto creativa "Leer y escribir con luz", su inspiración se halla en este relato de Salvador Elizondo.
La historia según Pao Cheng
Salvador Elizondo
Pao Cheng juez legendario de la dinastía Sung, célebre por llevar a juicio al influyente erudito Chen Sshih-mei por intento de asesinato. Chen Sshih-mei había tratado de matar a su esposa e hijos para casarse con un integrante de la familia real.
En un día de verano, hace más de mil quinientos años, el filósofo Pao Cheng se sentó a la orilla de un arroyo a adivinar su destino en el caparazón de una tortuga.
El calor y el murmullo del agua pronto hicieron, sin embargo, vagar sus pensamientos y olvidándose poco a poco de las manchas del carey, Pao Cheng comenzó a inferir la historia del mundo a partir de ese momento:
“Como las ondas de este arroyuelo, así corre el tiempo. Este pequeño cauce crece conforme fluye, pronto se convierte en un caudal hasta que desemboca en el mar, cruza el océano, asciende en forma de vapor hacia las nubes, vuelve a caer sobre la montaña con la lluvia y baja, finalmente, otra vez convertido en el mismo arroyo…”
Ese era más o menos el curso de su pensamiento y así, después de haber intuido la redondez de la tierra, su movimiento en torno al sol, la traslación de los demás astros, y la propia rotación de la galaxia y del mundo, “¡Bah ¡-exclamó-, este modo de pensar me aleja de la Tierra de Han y de sus hombres que son el centro inamovible y el eje entorno al que giran todas las humanidades que en él habitan…”
Y pensando nuevamente en el hombre, Pao Cheng pensó en la historia. Desentrañó, como si estuvieran escritos en el caparazón de una tortuga, los grandes acontecimientos futuros, las guerras, las migraciones, las pestes y las epopeyas de todos los pueblos a lo largo de varios milenios.
Ante los ojos de su imaginación caían las grandes naciones, y nacían las pequeñas que después se hacían grandes y poderosas antes de ser abatidas a su vez. Surgieron también todas las razas y las ciudades habitadas por ellas que se alzaban en un instante majestuosa y luego caían por tierra para confundirse con la ruina y la escoria de innumerables generaciones.
Una de estas ciudades entre todas las que existía en ese futuro imaginado por Pao Cheng llamó poderosamente su atención y su divagación se hizo más precisa en cuanto a los detalles que la componían como si en ella estuviera encerrado un enigma relacionado con su persona.
Aguzó su mirada interior y trató de penetrar en los resquicios de esa topografía increada. La fuerza de su imaginación era tal que se sentía caminar por sus calles , levantando la vista azorado ante la grandes de sus construcciones y la belleza de sus monumentos. Largo rato paseó Pao Cheng por aquella ciudad, mezclándose a los hombres ataviados con extrañas vestiduras y que hablaban una lengua lentísima, incomprensible, hasta que de pronto se detuvo ante una casa en cuya fachada parecían estar inscritos los signos indescifrables de un misterio que lo atraía irresistiblemente.
A través de una de las ventanas pudo vislumbrar a un hombre que estaba escribiendo. En ese mismo momento Pao Cheng sintió que allí se dirimía una cuestión que le atañía íntimamente. Cerró los ojos y acariciándose la frente perlada de sudor con las puntas de sus dedos alargados trató de penetrar, con el pensamiento, en el interior de la habitación en la que el hombre estaba escribiendo.
Se elevó volando del pavimento y su imaginación traspuso el reborde de la ventana que estaba abierta y por lo que se colocaba una ráfaga fresca que hacía temblar las cuartillas , cubiertas de incomprensibles caracteres, que yacían sobre la mesa. Pao Cheng se acercó cautelosamente al hombre y miró por encima de sus hombros, conteniendo la respiración para que éste no notara su presencia.
El hombre no lo hubiera notado pues parecía absorto en su tarea de cubrir aquellas hojas de papel con esos signos cuyo contenido todavía escapaba al entendimiento de Pao Cheng. De vez en cuando el hombre se detenía, miraba pensativo por la ventana aspiraba un pequeño cilindro blanco que ardía en un extremo y arrojaba una bocanada de humo azulado por la boca y las narices, luego volvía a escribir.
Pao Cheng miró las cuartillas terminadas que yacían en desorden sobre un extremo de la mesa y conforme pudo ir descifrando el significado de las palabras que estaban escritas en ellas su rostro se fue nublando y un escalofrío de terror cruzó, como la reptación de una serpiente venenosa , al fondo de su cuerpo. “Este hombre está escribiendo un cuento”, se dijo.
Pao Cheng volvió a leer las palabras escritas sobre las cuartillas- “El cuento se llama La historia según Pao Cheng y trata de un filósofo de la antigüedad que un día se sentó a la orilla de un arroyo y que se puso a pensar en… ¡Luego yo soy un recuerdo de ese hombre y si ese hombre me olvida moriré!...”
El hombre, no bien había escrito sobre papel las palabras “…si ese hombre me olvida moriré ”, se detuvo, volvió a aspirar el cigarrillo y mientras dejaba escapar el humo de la boca su mirada se ensombreció como si ante él cruzara una nube cargada de lluvia. Comprendió en eses momento, que se había condenado a sí mismo, para toda la eternidad, a seguir escribiendo la historia de Pao Cheng, pues si su personaje fuera olvidado y moría, él, que no era sino un pensamiento de Pao Cheng , también desaparecería.